Pensar con Dios

Oí por la televisión que la razón principal por la que ha habido tantas consecuencias negativas por estas lluvias torrenciales (de un Tifón me parece) son debido a la deforestación que se ha hecho de las montañas. Los lugares donde la gente suele quedar atrapada sin poder hacer nada y donde a menudo mueren son estructuras de carreteras, puentes, casas, edificios, etcétera. En los tiempos de antaño, en tierras de África y Oriente Medio y España la lluvia estaba bien vista. Estaba esperada porque traía consigo fruto y refresco a una tierra que la mayoría del año permanecía seca y árida. La tierra se preparaba para la lluvia y la recibía y cosas crecían, se aprovechaba esa agua. Hoy en día hemos decidido coger esa agua y administrarlo a nuestro modo. Hemos construido edificios y estructuras y hemos quitado plantas y campos donde crecerían cosas para ahorrar espacio y depender de nuestras estructuras. Ahorramos poco agua, pero suficiente como para sobrevivir. Cuando llueve, cuando caen lluvias torrenciales, todo eso se va al traste, no podemos aprovechar el agua porque ya no hay tierra que la trague y las estructuras que hemos construido para sobrevivir mejor, se hacen nuestra ruina.

No sé si construir estas estructuras ha sido bueno para la humanidad o no, lo que sé es que en nuestras iglesias y comunidad y teología también las hemos construido. Hemos escrito libros, y hecho formulaciones, y creado sistemas para ir sobreviviendo y ahorrando el agua que una vez cayó, para que no se pierda y la podamos administrar nosotros. Hemos construido hermosas comunidades de personas que más o menos se aman y más o menos alaban, y sobreviven. Esto es muy bonito, de veras, hasta bueno en cierta medida.

El error estriba en que hemos comenzado a dirigir a nuestras bonitas congregaciones en un canto que dice algo como “Haz llover, abre las puertas del cielo”. Y lo cantamos riéndonos, y felices y creyendo que va a mejorar nuestras vidas. ¿Nos damos cuenta de las implicaciones que traería?

Si Dios realmente abriera las puertas del cielo (en inglés dice “floodgates” que viene a ser algo como “puertas de inundación”), nuestro mundo se haría añicos. Nuestras estructuras caerían por los suelos, despedazados, la gente se dividiría, unos serían llevados por la corriente, perdidos para siempre, otros apenas sobrevivirán, pero sin comida o casa. Al igual que en Filipinas, hemos deforestado nuestras tierras, y hemos dejado lo mínimo descubierto posible, para poder controlarlo todo. No hay tierra y plantas para que absorba el agua y den frutos respectivamente. Simplemente el agua iría subiendo y subiendo hasta ahogarnos, porque tampoco hemos hecho barcas para navegar (y aunque los hiciéramos, nos chocaríamos con edificios derrumbados y puentes demasiado bajos o caídos).

¿Nos damos cuenta lo que quiere decir “haz llover” y lo que tendríamos que hacer para poder recibir y aprovechar esa lluvia? ¿Las estructuras que tendríamos que tirar? ¿Las semillas que tendríamos que plantar? ¿Las barcas que tendríamos que descubrir? ¿Las cuerdas que comprar? ¿Qué tendríamos que aprender a nadar, y nadar muy bien con eso?

Yo quiero que llueva, claro, y que sean lluvias torrenciales, y vientos del espíritu que nos lleven de un lugar a otro. Pero tiemblo de pensar en que comenzara esa lluvia ahora mismo. Creo que Dios es tan bueno y compasivo que espera para dejar caer la lluvia, espera hasta el último momento posible, porque sabe que si abre las puertas ahora, nos mata.