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5.12.05

Las cosas pequeñas

Estas últimas semanas han sido algo difíciles. Me está resultando bastante difícil mantener la cabeza por encima de la corriente en el área económico y de administración de tiempo. Siempre ha sido algo que me ha costado, pero aquí en Inglaterra ha pasado a la preocupación subrayada del primer plano.
La semana anterior comenzó con -5 libras en mi posesión. Me tuvieron que dejar dinero para ir al partido de Sunderland-Liverpool. El viernes, sin embargo, me dieron finalmente la hoja de pago en mi trabajo (de camarero en un hotel de 3 estrellas), ponía "150 libras". Yo fui corriendo al banco a ver si ya estaba, para pagar mis deudas y comprar regalos de navidad y, en general, sentirme mejor, más seguro en mi dinero. Os lo podéis imaginar, el dinero no había sido ingresado. Resulta que se habían equivocado con el número "swift" de la cuenta.
Llega esta semana, lunes (hoy), cuento con 5 libras porque alguien me devolvió dinero y cobré de otro trabajo (15 libras). Mientras me afeito por la mañana pienso "debería comprarme una nueva cuchilla de afeitar", luego, en clase de ruso algo huele un poco rancio y me doy cuenta que soy yo, "debería comprarme desodorante". El problema es que no tengo dinero...
Fui al trabajo un poco picado porque no me habían pagado aún pero lo intenté pasar bien, orando todo el rato "Dios, tú sabrás lo que te haces" o algo así. Al acabar el turno, mientras me quitaba la corbata, vino mi supervisor y sacó 4 monedas de una bolsita, poniéndolas en mi mano. "¿Y esto?" Responde él: "Que nos han dado propina, os lo doy ya para que no se me olvide." 4 libras, lo justo para comprar cuchillas de afeitar y desodorante.
O bien Dios es bueno, o también estaba harto del olor.

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2.12.05

“Llegó a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre, entró en la sinagoga el día de reposo, y se levantó a leer.
Le dieron el libro del profeta Isaías, y abriendo el libro, halló el lugar donde estaba escrito:

‘El espíritu del Señor está sobre mi
porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres.
Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos,
Y la recuperación de la vista a los ciegos;
Para poner en libertad a los oprimidos;
Para proclamar el año favorable del Señor.’

Cerrando el libro, lo devolvió al asistente y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en Él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura que habéis oído.”
Lucas 4:16-21

Ayer hablamos de este versículo en la célula que estoy atendiendo aquí. Mientras analizábamos los versículos uno a uno, intentando explicar metafóricamente qué es “anunciar las buenas noticias a los pobres” vi algo en que jamás me había fijado antes. Fijaos en las formas verbales del versículo de Isaías:

anunciar el evangelio (buenas noticias) a los pobres”, “proclamar libertad a los cautivos, y [proclamar] la recuperación de la vista a los ciegos”, “poner en libertad a los oprimidos” y otra vez “proclamar el año favorable del Señor [el año de Jubileo (Levítico 25:8-13 lo explica]”.

Lo que es revelador es que Jesús no promete alimentar o prosperar a los pobres (aunque lo hizo), ni liberar a cautivos (no sé si lo hizo de prisiones, sería algo controversial), ni tampoco darle vista a los ciegos (esto sí lo hizo, y de la forma más espectacular), sí parece prometer poner en libertad a los “oprimidos”, palabra hebrea que se traduce en Strongs más bien como “aplastados”. ¿Y qué dice entonces?

Primeramente debemos ver por qué habla de pobres, cautivos y ciegos. La misma definición de estos tres estados de estar o ser incluye implícitamente un anhelo profundo que no es cumplido. Es decir, el pobre, con todas las ganas, fuerzas y recursos que tiene, quiere dejar de ser pobre: quiere dejar de preocuparse por el dinero y por lo que le falta en la vida y vivir tranquilamente. El cautivo, con todo su ser quiere libertad. El ciego, que es quizás el sentido más valorado en nuestra era, quiere ver y daría todo por ello. Éstos viven para estos anhelos, y darían lo que fuera por tenerlos cumplidos ya que ocupan todo su pensamiento y condicionan su forma de actuar (o sea, un pobre no va en mercedes por ahí, porque obviamente no tiene pasta, igual que un ciego no se suele hacer crítico de cine (menos Borges, pero él es rarillo)).

Jesús lo que promete no es de quitarnos estas molestias físicas o condicionamientos que nos impiden de actuar plenamente. Lo que proclama son mejores noticias, una libertad mejor, ojos abiertos para ver más que este mundo. Tan buenas son estas noticias, parece decir, que da igual que seas físicamente pobre, o estés en la prisión, o incluso seas ciego. Lo que van a hacer estas increíbles “nuevas” es liberarte de la opresión que tiene sobre ti el mundo físico. Ya no te va a importar tu circunstancia, porque vas a ver algo que ningún ojo puede ver, ni oído oír, y vas a poder vivir en una libertad que ninguna democracia o sociedad te puede jamás comenzar a ofrecer. ¡Éstas son las buenas noticias!

Cuando Jesús sanaba a individuos, para él eso era lo menos importante. En las historias bíblicas uno tiene la sensación que Jesús decía, casi gritando de emoción: “¡Tus pecados te son perdonados!” algo que nadie más podía hacer, y para rematarlo, un poco más dejado, como consintiendo, “¡Ah! Y eso, que también eres sano, anda, levántate y anda.” Él sabía que eso era lo de menos, y reconocía a la gente que entendía eso también.

Me hizo reflexionar mucho sobre mi forma de ver el evangelio, sobretodo en cuanto a los pobres. Cuando vemos a gente con circunstancias muy difíciles, o imposibles, siempre intentamos pensar en cómo y si podemos ayudar. Como son circunstancias imposibles, no podemos ayudar y desesperamos y dudamos de nuestra fe y de nuestro estilo de vida, sintiéndonos cerdos capitalistas (cierto que lo somos, pero bueno). El caso es que Jesús, y sus discípulos, no ofrecían primordialmente liberar a la gente de sus circunstancias físicas, incluso Pablo llegó a decir que si eran esclavos, que sirvieran bien a sus maestros, no que se liberaran. Lo que ofrece este “evangelio” es una libertad mucho más allá de lo físico y de lo que nos rodea, tanto que ya nos dará igual ser pobres, prisioneros, o ciegos. No subestimes el evangelio.


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